domingo, 26 de febrero de 2012

Marioneta trágica.

El titiritero empezó a esconderse. A doblar la vista en las esquinas, a pensar que la marioneta extraña era demasiado complicada. A sopesar la disyuntiva entre lo que es bonito y el precio que se está dispuesto a pagar por ello. Y mientras él se cerraba en sí mismo, urdiendo un plan de escape que no se notara mucho, la marioneta comenzó a jugar con tijeras. A jugar con tijeras y a imaginarse cortando los hilos que, de vez en cuando, se le enredaban alrededor del cuello para que pensara cosas raras.

Así que, ese fue el fin. Sin grandes miramientos. Sin grandes palabras. Sin elocuencia ni similicadencia. Sin sonrisas, pero tampoco lágrimas. Sólo el entendimiento de comprender que todo había sido un gran malentendido. Sin grandes delirios de libertad por no seguir enganchada a esos hilos de plata, pero con la convicción de que era eso lo que había que hacer.



La marioneta es fuerte, siempre lo ha sido. Ahora sólo espera que el próximo Romeo lunático que se atreva a insultarla diciendo que es bella, se piense dos veces lo que quiere poner en juego, y si está dispuesto a perderlo.

domingo, 19 de febrero de 2012

Master of puppets.

El titiritero se equivocó de marioneta.

Las marionetas eran su pasión, desde siempre. Las veía tan hermosas, tan perfectamente vacías. Tan predispuestas a llenarse con sus falacias, a dejarse manejar para conseguir sus propios fines y lo mejor de todo es que ellas no podían reprocháselo.
Cuando se cansaba de jugar con una, buscaba otra nueva y repetía el proceso. Las marionetas eran su pasión, desde siempre.

Pero el titiritero se equivocó de marioneta.

Se enamoró, se encaprichó... -¿quién demonios sabe lo que hizo con exactitud?- de una marioneta extraña. De una marioneta ingenua. De una marionete estúpida, de una marioneta con miedo, con sentimientos, de mí.

¿Y ella qué hizo? Creerse muy lista. La marioneta se lo tenía muy creído, casi tanto como el titiritero. Si vamos a jugar, juguemos, se dijo. Pero las cosas nunca son tan sencillas... No cuando los dos que juegan no tienen lo mismo que perder: el titiritero puede perder su mejor pieza, pero a la marioneta puede no quedarle nada.

Así empezaron a jugar. A moverse dando los mismos pasos, a bailar al compás de la música que no suena, a pintar besos en el aire y a tatuar olores el uno en el otro. A olvidar que puedes caerte, a olvidar que vas a salir perdiendo, a querer por querer, a llorar por amar.




Siguen jugando. No sé cuánto va a durar. No sé si el titiritero dirá la verdad cuando asegura que la quiere. No sé si no miente, no sé si es tan buen actor como ella cree que es. No sé nada.

Solo sé que quiero esto. Aunque sea una misión suicida.

domingo, 5 de febrero de 2012

Gasolina.

El silencio me ha despertado a gritos en esta oscura habitación. La Luna se cuela por los resquicios de las persianas rotas y me invita a aprovechar su luz. Es por eso que he decidido escribirte. Hablarte y contarte esta extraña sensación que invade todo mi cuerpo y que mi mente considera que es mi alma corrompiéndose por dentro.

Este aparentemente absurdo desasosiego ha sido a causa de un sueño. Un sueño horrible, que me ha hecho desgarrarme la garganta sin articular palabra. Y es que mi sueño tiene que ver contigo... Te lo contaré.
>>La lascivia se apoderaba de mis entrañas... y estabas tan cerca... Estaban tan cerca tus lunares de mis labios... no me malinterpretes, cualquier sueño como ese contigo sería perfecto... pero no eras tú. Era tu rostro pero no eras tú. Era una especia de antagonía extraña, no eran oscuros tus cabellos sino rubios y tu sonrisa era una mueca... pero yo no podía parar...

Después, no sé cómo, ni por qué, ardía. Ardía yo entre terribles sufrimientos. Se quemaban mi cuerpo y mi alma por haberte traicionado. Lamían las llamas mi cuerpo para purificar mi conciencia y salvar mi espíritu.




Ha sido un sueño horrible, como has podido comprobar.


Y volvió a apoyar su cabeza en la almohada, haciendo temblar el cabello rubio que se movió dejando paso a los lunares de un rostro mezquino.
Con una sensación incontenible de gasolina en las venas y una chispa fatal ardiendo en el aire.