miércoles, 30 de septiembre de 2015

Gatos que no se quieren dormir

Si nos quisiésemos así, como quieren los gatos, tal vez aprenderíamos tantas cosas...

Sabríamos que, por ejemplo, no hace falta estar siempre con el objeto de tu amor. Que el amor se demuestra de muchas formas distintas que no necesitan palabras... Sabríamos que el respeto, por ejemplo, es una de ellas. Nos respetaríamos. Nos miraríamos a los ojos, parpadearíamos lentamente unos segundos... y sabríamos que estamos en paz. En casa. En tregua.

Podríamos aprender que esperar no es necesario. Que lo importante es coincidir en un espacio. No dar importancia a las ausencias porque siempre, siempre, siempre se acaba volviendo a la mano que te da de comer. A la mano que te protege, que te cuida, que te llena el alma.

Si entendiésemos mejor a los gatos sabríamos lo importante que es ser independiente. Caminar solo tu propio tejado. Encontrar gatos turbios en callejones oscuros, mirarlos, maullar con ellos a la luna para comprender, inevitablemente, qué compañía extrañas. Y correr a compartir tu ausencia con ella. Contarle, por ejemplo, cuántos gatos viste heridos. Cuántos gatos salvajes te cruzaste, qué cicatrices te enseñaron. Qué has aprendido de tu ausencia y lo bien que se está en casa.

Si entendiésemos un poco mejor a los gatos sabríamos que no tiene sentido aprisionar. Que a los gatos no les puedes comprar con nada, porque ellos solos pueden conseguir cualquier cosa. No te necesitan y, aun así, vuelven contigo. Porque te lo ganaste y ese amor hay que seguir ganándoselo cada día.

Sabríamos que toda acción tiene un efecto. Que si, por ejemplo, un día no queremos querer a nuestro gato, al día siguiente, el gato se acordará de que fuimos malos. Y nos castigará con su indiferencia hasta que nos perdone: a veces necesitamos que sean inflexibles con nosotros para saber que nos hemos equivocado.

Hasta de la crueldad de los gatos podríamos aprender a hacernos menos daño. Entenderíamos qué duele. Un ojo por ojo felino y acolchado: a veces necesitamos sentir dolor para saber que no hay que provocarlo.

Aprenderíamos a decir "no". Hay que ser un gato para saber decir que no. Ser valiente y no ceder cuando no te gusta algo. Porque puedes decirlo, todos podemos cambiar algo.



Deberíamos ser más gatos y menos perros en tantos sentidos. Deberíamos ser gatos para saber ser precavidos hasta que nos demuestren que no nos harán daño. Para conservar la belleza y, a la vez, ser salvajes. Amar, con un sentido del respeto inalienable. Querernos, sabiendo que un día tu gato podrá irse, que, en realidad, puede irse cuando quiera. Y, aun así, siempre vuelve contigo.